La Tierra Sin Sombra...


Obravia fue alguna vez un continente dividido por océanos de niebla, su geografía moldeada por la sangre de antiguas guerras y por las lenguas encendidas de profetas que ya nadie recuerda. Tenía estaciones, ciclos, un cielo estrellado, y un sol al que se ofrecían niños y espigas.Pero luego cayeron las estrellas.Nadie sabe con certeza cómo ocurrió. Algunos dicen que fue una promesa rota entre dioses. Otros, que un hombre—un rey, un oráculo, un traidor—pronunció algo que no debía. Lo único cierto es esto: ya no existe noche ni día. El cielo se congeló en un tono ceniza permanente, ni luz ni sombra, como si el tiempo se hubiera roto. El caos estalló. Cosechas muertas. Partos sin luna. Bestias que se volvieron contra su especie. Y en el corazón de la ruina: silencio divino.Los dioses —antiguos y crueles, bellos y erráticos— duermen.Y solo los oráculos pueden despertarlos. Pero los oráculos habían sido perseguidos y olvidados mucho antes. No por error. Fueron quemados, desmembrados, silenciados, porque ver más allá era imperdonable.Ahora se les necesita.

Los oráculos nacen con los ojos completamente blancos, a veces sin pupilas visibles. Algunos de estos ojos emiten una leve luminiscencia, perceptible solo en oscuridad total. Este rasgo suele provocar reacciones extremas en los progenitores. Hay registros de neonatos asesinados por parteras, creyendo que un niño así no era humano. Otras veces, se les abandonaba en templos o se les entregaba a instituciones estatales.No hay forma de inducir el nacimiento de un oráculo. No provienen de linajes concretos, ni de rituales. Tampoco son herencia directa de antiguos poderes, al menos no de manera consistente. Se han dado casos de oráculos nacidos en la servidumbre, en campos de batalla, en barcos hundidos, en casas nobles. El patrón es la ausencia de patrón.

En la infancia, un oráculo no es especialmente diferente de otros niños, salvo por los ojos y por ciertas conductas atípicas. Algunos desarrollan el habla muy tarde, otros nunca lo hacen. La mayoría muestra episodios de despersonalización: hablan de sí mismos como si fueran otra persona, o en tiempo futuro. No todos los oráculos tienen la capacidad de articular profecías completas; algunos sólo presentan fragmentos, sueños recurrentes, patrones repetitivos en la voz o la escritura. Otros permanecen en silencio casi toda su vida, pero cuando hablan, la información que entregan es precisa, brutal y, a menudo, desastrosa.Se ha documentado que los oráculos no necesitan testigos para experimentar sus visiones. Las visiones ocurren sin control. Los estímulos comunes no siempre las desencadenan. El agotamiento, la fiebre, el dolor físico o los estados de privación sensorial pueden amplificarlas.

La presencia de un oráculo en una comunidad suele volverse insostenible. Se genera una tensión progresiva: algunos lo adoran sin comprenderlo, otros lo culpan por cada infortunio. Esto ha provocado asesinatos, incendios, linchamientos y cacerías organizadas. El miedo a lo que podrían revelar —o a lo que podrían traer— casi siempre supera cualquier deseo de protección.En el plano estatal o militar, los oráculos son considerados bienes estratégicos. Algunos reinos mantienen unidades especializadas en la captura o transporte de oráculos. Estos grupos operan bajo jurisdicciones autónomas, y no siempre responden ante leyes locales. En guerra, un oráculo puede usarse para predecir movimientos enemigos, climas, deserciones, traiciones. También se los ha utilizado como herramientas de tortura psicológica: obligarlos a hablar ante prisioneros puede quebrar la moral de un ejército entero.A pesar de esto, los oráculos no pueden usarse a voluntad. No responden a incentivos comunes. Tampoco son inmunes a la manipulación, pero los intentos de forzarlos a profetizar suelen terminar en daño cerebral o muerte. Han habido casos documentados en los que un oráculo, presionado por tortura, emitió profecías falsas deliberadamente. Esto sugiere un grado de autonomía superior al que algunos les adjudican.

A raíz de la desestabilización política y la pérdida de ciclos naturales tras El Cataclismo, los oráculos han pasado de ser marginados a ser buscados de forma activa por líderes, cultos, reinos y grupos paramilitares. Se ha establecido un comercio ilegal de oráculos jóvenes. Algunos son vendidos por sus propias familias. Otros escapan antes de ser marcados.La mayoría no vive más allá de los veinte años. Algunos no alcanzan ni la adolescencia. Pero mientras el cielo siga mudo, su valor seguirá creciendo.En los últimos años, se ha intensificado la creencia de que los oráculos son la única vía legítima para contactar a los dioses dormidos. Esta relación no ha sido debidamente comprendida. Algunos oráculos aseguran que no hablan con los dioses, sino que “ven” sus sueños. Otros afirman que los dioses los utilizan como una especie de nervio externo: los sienten, los perciben, pero no pueden controlarlos. Un número muy reducido —se calcula menos de una decena viva— ha logrado despertar parcialmente a una entidad divina.
En proceso
En proceso
En proceso
Nadie está completamente seguro de cuándo surgió la primera mención a los Seis. Los registros más antiguos no los nombran directamente, pero describen fenómenos similares a sus dominios: alteraciones del tiempo, mutaciones físicas, pérdida repentina de lenguaje, incendios sin causa, visiones premonitorias. No hay consenso sobre su origen. Lo único que se repite en todas las versiones, incluso en las más contradictorias, es que siempre fueron seis. No cinco. No siete.Se les conoce como los Inmutables porque no mueren, no cambian y, según las creencias más extendidas, no pueden ser destruidos ni reemplazados. La mayoría de los textos antiguos coincide en que no caminan entre los hombres ni toman forma humana, pero influencian el mundo a través de sueños, de fallas en la realidad, y —sobre todo— por medio de los oráculos, personas nacidas con la capacidad de recibir sus impulsos sin perder la cordura del todo.

El culto a los Seis nunca fue uniforme. Antes del Cataclismo, cada uno era reverenciado en regiones distintas, por oficios distintos, con calendarios específicos y liturgias incompatibles entre sí. No existía una religión unificada, pero sí una especie de entendimiento tácito: se les temía, se les respetaba, y se asumía que debían permanecer pasivos. No se buscaba su favor tanto como su distancia.Esto cambió drásticamente tras el Cataclismo, cuando las estrellas cayeron y el cielo dejó de dividirse entre noche y día. Las explicaciones mundanas —fallas cósmicas, colisiones celestes, invocaciones prohibidas— no sobrevivieron a las semanas siguientes, en las que comenzaron a surgir profecías involuntarias, oráculos mudos que despertaban con sangre en los ojos, nombres antiguos pronunciados por lenguas que nunca los habían oído.

El colapso de las estructuras imperiales, la pérdida del ritmo del tiempo, la aparición de desórdenes sensoriales masivos y la fragmentación de la memoria colectiva han sido atribuidos, directa o indirectamente, a su dormitar. Sin embargo, ningún documento prueba contacto consciente, salvo por los testimonios de los oráculos, que siguen siendo contradictorios, viscerales y, en muchos casos, ininteligibles.En las zonas donde aún se les rinde tributo —ya sea en altares improvisados o en supersticiones locales— hay prácticas destinadas a mantenerlos dormidos: velas que no deben apagarse, nombres que no deben decirse, números que no deben repetirse. Irónicamente, el miedo a su despertar parece haber renovado su presencia. Lo que se intenta contener es lo que más se recuerda.La historia no ha determinado si los Seis son la causa del deterioro actual o simplemente su reflejo. Hay quienes sostienen que el mundo se está rompiendo porque ellos se están moviendo. Otros, que se están moviendo porque el mundo ya no puede sostenerlos.Lo único cierto es que, desde el Cataclismo, los oráculos sueñan con más frecuencia.
Y cada vez más personas los escuchan.

El límite
Dominio: Tiempo, ciclos, estructuras que se repiten.Símbolo: Un círculo abierto, dividido por una línea vertical.Forma dormida: Figura esbelta de piedra negra, con una cimera de plata cubriendo sus ojos.
De los Seis Inmutables, Darael fue uno de los más visibles en la vida cotidiana antes del Cataclismo. No porque se manifestara directamente —nada en él era teatral— sino porque su presencia estaba implícita en todo lo que funcionaba con ritmo, en todo lo que tenía estructura. Era llamado de muchas formas, según la provincia y el dialecto, pero el nombre más común era Darael, el Límite. Algunos añadían el Medidor, aunque ese título es posterior y aparece sobre todo en regiones agrícolas.Se le atribuía la custodia del tiempo entendido no como abstracción filosófica, sino como mecanismo funcional. Era Darael quien —según las crónicas de los registros civiles de Thayn— aseguraba que las estaciones llegaran a su hora, que los calendarios fueran coherentes, que el crecimiento, el descanso, la vejez, la memoria, tuvieran una progresión razonable. Su dominio no era el instante ni el futuro, sino la continuidad entre un momento y el siguiente.No era visto como un dios distante. No se le temía. Se confiaba en él. Nadie decía su nombre con pasión, pero todos lo nombraban. Los calendarios oficiales de los cinco reinos del norte llevaban marcas dedicadas a él. Sus símbolos estaban tallados en las puertas de las escuelas y en las piedras de los observatorios. Cada nuevo ciclo agrícola comenzaba con un gesto a su honor, aunque no siempre explícito. A veces bastaba con encender una lámpara al mediodía exacto.Iconográficamente, Darael aparecía como una figura humana, joven, con una cimera de plata cubriendo sus ojos. A diferencia de otras deidades, nunca se lo representaba con alas, armas, ni animales. Su presencia era vertical. Ordenada.
De los Seis Inmutables, Darael fue uno de los más visibles en la vida cotidiana antes del Cataclismo. No porque se manifestara directamente —nada en él era teatral— sino porque su presencia estaba implícita en todo lo que funcionaba con ritmo, en todo lo que tenía estructura. Era llamado de muchas formas, según la provincia y el dialecto, pero el nombre más común era Darael, el Límite. Algunos añadían el Medidor, aunque ese título es posterior y aparece sobre todo en regiones agrícolas.Se le atribuía la custodia del tiempo entendido no como abstracción filosófica, sino como mecanismo funcional. Era Darael quien —según las crónicas de los registros civiles de Thayn— aseguraba que las estaciones llegaran a su hora, que los calendarios fueran coherentes, que el crecimiento, el descanso, la vejez, la memoria, tuvieran una progresión razonable. Su dominio no era el instante ni el futuro, sino la continuidad entre un momento y el siguiente.No era visto como un dios distante. No se le temía. Se confiaba en él. Nadie decía su nombre con pasión, pero todos lo nombraban. Los calendarios oficiales de los cinco reinos del norte llevaban marcas dedicadas a él. Sus símbolos estaban tallados en las puertas de las escuelas y en las piedras de los observatorios. Cada nuevo ciclo agrícola comenzaba con un gesto a su honor, aunque no siempre explícito. A veces bastaba con encender una lámpara al mediodía exacto.Iconográficamente, Darael aparecía como una figura humana, joven, con una cimera de plata cubriendo sus ojos. A diferencia de otras deidades, nunca se lo representaba con alas, armas, ni animales. Su presencia era vertical. Ordenada.Con el Cataclismo y la caída de las estrellas, fue su ausencia la que se notó primero. No hubo fuego, no hubo temblores. Lo que falló fue el ritmo. En algunas regiones, las estaciones dejaron de sucederse. En otras, se repetían sin aviso: dos inviernos seguidos, una primavera que duraba siete días o tres años. En el altiplano de Bren, los días comenzaron a dividirse sin orden, con anocheceres que llegaban sin transición.En los últimos años, se han formado cultos fragmentarios que buscan el despertar de Darael. Creen que su regreso podría restablecer el pulso del mundo: no con luz ni milagros, sino con exactitud. Sin embargo, no todos desean su retorno. Hay quienes temen que, si despierta, lo que encuentra ya no será suficiente para sostenerlo, y que su reacción natural será detener el mundo entero, congelarlo, medirlo por última vez.

Con el Cataclismo y la caída de las estrellas, fue su ausencia la que se notó primero. No hubo fuego, no hubo temblores. Lo que falló fue el ritmo.En algunas regiones, las estaciones dejaron de sucederse. En otras, se repetían sin aviso: dos inviernos seguidos, una primavera que duraba siete días o tres años. En el altiplano de Bren, los días comenzaron a dividirse sin orden, con anocheceres que llegaban sin transición.En los últimos años, se han formado cultos fragmentarios que buscan el despertar de Darael. Creen que su regreso podría restablecer el pulso del mundo: no con luz ni milagros, sino con exactitud. Sin embargo, no todos desean su retorno. Hay quienes temen que, si despierta, lo que encuentra ya no será suficiente para sostenerlo, y que su reacción natural será detener el mundo entero, congelarlo, medirlo por última vez.
El susurro del fuego
Dominio: Muerte inevitable, juicio, ruina del poderSímbolo: Un puñal ardiendo invertidoForma dormida: Joven coronado, sin ojos, sentado sobre cráneos
Vhailen ocupaba un lugar distinto entre los Seis. No por jerarquía, sino por función. Su figura, aunque nombrada en todos los templos mayores, rara vez era invocada directamente. Era asociado a los cierres formales, al fin sin escándalo, a la certeza de que algo debía terminar sin interferencia. Las escrituras más antiguas no lo describen con cualidades activas. No castigaba. No premiaba. No elegía.En los tratados litúrgicos del ciclo de Ishtel, se menciona que su dominio abarcaba lo que no podía continuar. No la muerte biológica únicamente, sino cualquier forma de agotamiento definitivo: imperios, memorias, rituales, vínculos. Donde Vhailen aparecía, las estructuras se detenían. A veces se deshacían. Otras simplemente ya no respondían.Su representación era uniforme a lo largo de las provincias, lo cual es excepcional considerando la variación general en la iconografía del resto de los Inmutables. Vhailen era mostrado como una figura joven, sentada, los ojos vacíos o cubiertos, las manos abiertas. A menudo con una corona —deteriorada, rota, quemada— que no parecía significar poder, sino desgaste.Durante el periodo de consolidación del calendario imperial (aproximadamente dos siglos antes del Cataclismo), hubo una campaña para reducir el culto a Vhailen fuera de los espacios estatales. Se consideraba que su asociación con el deterioro y la muerte podía debilitar la moral pública.
Vhailen ocupaba un lugar distinto entre los Seis. No por jerarquía, sino por función. Su figura, aunque nombrada en todos los templos mayores, rara vez era invocada directamente. Era asociado a los cierres formales, al fin sin escándalo, a la certeza de que algo debía terminar sin interferencia. Las escrituras más antiguas no lo describen con cualidades activas. No castigaba. No premiaba. No elegía.En los tratados litúrgicos del ciclo de Ishtel, se menciona que su dominio abarcaba lo que no podía continuar. No la muerte biológica únicamente, sino cualquier forma de agotamiento definitivo: imperios, memorias, rituales, vínculos. Donde Vhailen aparecía, las estructuras se detenían. A veces se deshacían. Otras simplemente ya no respondían.Su representación era uniforme a lo largo de las provincias, lo cual es excepcional considerando la variación general en la iconografía del resto de los Inmutables. Vhailen era mostrado como una figura joven, sentada, los ojos vacíos o cubiertos, las manos abiertas. A menudo con una corona —deteriorada, rota, quemada— que no parecía significar poder, sino desgaste.Durante el periodo de consolidación del calendario imperial (aproximadamente dos siglos antes del Cataclismo), hubo una campaña para reducir el culto a Vhailen fuera de los espacios estatales. Se consideraba que su asociación con el deterioro y la muerte podía debilitar la moral pública. Sin embargo, en la práctica, su figura siguió presente en regiones periféricas, especialmente en aldeas que sufrían colapsos agrícolas, epidemias o conflictos prolongados.Desde el Cataclismo, se han registrado fenómenos atribuidos a su dominio: incendios espontáneos, ruinas que no se desgastan, restos humanos sin causa de muerte. No hay consistencia. Tampoco pruebas sólidas. Pero en registros marginales —cuadernos de campo, cartas sin firma, memorias no publicadas— es común que su nombre aparezca anotado al margen, junto a fechas sin contexto o símbolos de sellado.Ninguna orden religiosa ha intentado restaurar su templo principal. Es el único de los Seis que no ha sido recuperado en forma institucional. Algunos atribuyen esto al temor a su influencia. Otros a una simple falta de utilidad. La interpretación más aceptada es más simple:
Vhailen no requiere reactivación.

Sin embargo, en la práctica, su figura siguió presente en regiones periféricas, especialmente en aldeas que sufrían colapsos agrícolas, epidemias o conflictos prolongados.Desde el Cataclismo, se han registrado fenómenos atribuidos a su dominio: incendios espontáneos, ruinas que no se desgastan, restos humanos sin causa de muerte. No hay consistencia. Tampoco pruebas sólidas. Pero en registros marginales —cuadernos de campo, cartas sin firma, memorias no publicadas— es común que su nombre aparezca anotado al margen, junto a fechas sin contexto o símbolos de sellado.Ninguna orden religiosa ha intentado restaurar su templo principal. Es el único de los Seis que no ha sido recuperado en forma institucional. Algunos atribuyen esto al temor a su influencia. Otros a una simple falta de utilidad. La interpretación más aceptada es más simple:
Vhailen no requiere reactivación.
La heredera de la forma
Dominio: Lenguaje, memoria, secretos revelados.Símbolo: Tres lenguas trenzadas.Forma dormida: Mujer sin rostro, con libros colgando de las muñecas.
Lirenn ocupaba un lugar estable —aunque no central— en el sistema religioso de las culturas pre-Cataclismo. Su culto era constante, de carácter práctico, vinculado al mantenimiento y a la permanencia. Se le atribuía la custodia de la forma, no como apariencia estética, sino como configuración reconocible de las cosas: los cuerpos que conservan sus proporciones, las palabras que significan lo mismo para dos personas, la arcilla que al secarse sigue siendo vasija.Los registros muestran que se le vinculaba estrechamente con la arquitectura, la lengua, la medicina estructural y la transmisión fiel de saberes. En casi todos los templos mayores dedicados a ella había archivos, depósitos de planos, herbarios, glosarios. Su culto no se asociaba a milagros visibles, sino a una regularidad confiable. Lo que funcionaba sin cambiar, lo que se repetía con precisión, era visto como prueba de su influencia.A diferencia de otras figuras del panteón, Lirenn tenía sacerdocios especializados, casi siempre femeninos, que mantenían registros, preservaban fórmulas, corregían errores en la transmisión oral.El Cataclismo marcó el fin de ese tipo de certeza.Las consecuencias más visibles de su ausencia fueron físicas. Cuerpos que dejaron de responder a sus proporciones. Crecimientos anómalos. Fisuras inexplicables en materiales antes considerados estables. Enfermedades que deformaban sin patrón. La piedra dejó de comportarse como piedra.
Lirenn ocupaba un lugar estable —aunque no central— en el sistema religioso de las culturas pre-Cataclismo. Su culto era constante, de carácter práctico, vinculado al mantenimiento y a la permanencia. Se le atribuía la custodia de la forma, no como apariencia estética, sino como configuración reconocible de las cosas: los cuerpos que conservan sus proporciones, las palabras que significan lo mismo para dos personas, la arcilla que al secarse sigue siendo vasija.Los registros muestran que se le vinculaba estrechamente con la arquitectura, la lengua, la medicina estructural y la transmisión fiel de saberes. En casi todos los templos mayores dedicados a ella había archivos, depósitos de planos, herbarios, glosarios. Su culto no se asociaba a milagros visibles, sino a una regularidad confiable. Lo que funcionaba sin cambiar, lo que se repetía con precisión, era visto como prueba de su influencia.A diferencia de otras figuras del panteón, Lirenn tenía sacerdocios especializados, casi siempre femeninos, que mantenían registros, preservaban fórmulas, corregían errores en la transmisión oral.El Cataclismo marcó el fin de ese tipo de certeza.Las consecuencias más visibles de su ausencia fueron físicas. Cuerpos que dejaron de responder a sus proporciones. Crecimientos anómalos. Fisuras inexplicables en materiales antes considerados estables. Enfermedades que deformaban sin patrón. La piedra dejó de comportarse como piedra.Las crónicas fragmentarias atribuyen esta erosión a la caída de Lirenn en un sueño sin cierre. No desapareció. No murió. Pero cesó de mantener. Y al cesar, las cosas empezaron a olvidar lo que eran.En ciertos círculos académicos, su culto ha sido parcialmente restaurado en forma práctica. No como religión, sino como sistema de restauración técnica: restauradores de planos antiguos, correctores de lengua deteriorada, curadores de formas anatómicas. Se refieren a sí mismos como intérpretes de Lirenn, aunque la figura misma rara vez es invocada directamente.No hay certeza sobre si Lirenn puede despertar, ni qué pasaría si lo hiciera. Algunos creen que su regreso restauraría la coherencia física del mundo. Otros sostienen que el mundo ha cambiado demasiado, y que su intento de volver a estabilizarlo podría romper lo que queda.

Las crónicas fragmentarias atribuyen esta erosión a la caída de Lirenn en un sueño sin cierre. No desapareció. No murió. Pero cesó de mantener. Y al cesar, las cosas empezaron a olvidar lo que eran.En ciertos círculos académicos, su culto ha sido parcialmente restaurado en forma práctica. No como religión, sino como sistema de restauración técnica: restauradores de planos antiguos, correctores de lengua deteriorada, curadores de formas anatómicas. Se refieren a sí mismos como intérpretes de Lirenn, aunque la figura misma rara vez es invocada directamente.No hay certeza sobre si Lirenn puede despertar, ni qué pasaría si lo hiciera. Algunos creen que su regreso restauraría la coherencia física del mundo. Otros sostienen que el mundo ha cambiado demasiado, y que su intento de volver a estabilizarlo podría romper lo que queda.
El corazón de la tierra
Dominio: Naturaleza, curiosidad, fertilidad, vidaSímbolo: Un espiral de raíces.Forma dormida: Joven sonriente, enraizado en árboles.
Tharn no era el dios del bosque, ni del campo, ni de lo bonito que brota. Era la naturaleza en su forma total, incluidas las partes que duelen: la plaga, el derrumbe, los dientes. Era la tierra viva y sin juicio. La rama que se parte y la rama que se enrosca. El animal que muere como nace: sin explicación. Y por eso mismo se le respetaba.No se le pedían milagros. Se le pedía resistencia. Que el maíz no se pudriera antes de tiempo. Que el parto no se llevara a la madre. Que el hielo no llegara demasiado pronto. A veces, solo se le pedía que dejara pasar la estación sin sorpresa. Sus seguidores no hablaban de salvación. Hablaban de aguante.Sus símbolos eran simples: una espiral, una raíz torcida, un círculo abierto. Se los marcaba con ceniza en las paredes de barro o se trenzaban en ramas. No había cantos fijos. Cada región tenía los suyos. A menudo eran murmullos, medio cantados, como si fueran para él y también para los que escuchaban desde el suelo. Había un proverbio en las sierras: “Si lo nombras fuerte, no viene. Si lo nombras suave, ya está.”Con el Cataclismo, no hizo falta decir que se había despertado. Todo empezó a moverse sin patrón. Ríos nuevos aparecieron. Cumbres colapsaron. Animales con ojos de más nacieron en el norte. Lo extraño no venía del cielo, como con otros dioses. Venía de abajo. De dentro. De cerca.
Tharn no era el dios del bosque, ni del campo, ni de lo bonito que brota. Era la naturaleza en su forma total, incluidas las partes que duelen: la plaga, el derrumbe, los dientes. Era la tierra viva y sin juicio. La rama que se parte y la rama que se enrosca. El animal que muere como nace: sin explicación. Y por eso mismo se le respetaba.No se le pedían milagros. Se le pedía resistencia. Que el maíz no se pudriera antes de tiempo. Que el parto no se llevara a la madre. Que el hielo no llegara demasiado pronto. A veces, solo se le pedía que dejara pasar la estación sin sorpresa. Sus seguidores no hablaban de salvación. Hablaban de aguante.Sus símbolos eran simples: una espiral, una raíz torcida, un círculo abierto. Se los marcaba con ceniza en las paredes de barro o se trenzaban en ramas. No había cantos fijos. Cada región tenía los suyos. A menudo eran murmullos, medio cantados, como si fueran para él y también para los que escuchaban desde el suelo. Había un proverbio en las sierras: “Si lo nombras fuerte, no viene. Si lo nombras suave, ya está.”Con el Cataclismo, no hizo falta decir que se había despertado. Todo empezó a moverse sin patrón. Ríos nuevos aparecieron. Cumbres colapsaron. Animales con ojos de más nacieron en el norte. Lo extraño no venía del cielo, como con otros dioses. Venía de abajo. De dentro. De cerca.Pero lo más importante: nada dejó de crecer. Incluso con el sol roto y la noche hecha pedazos, seguían brotando cosas. No iguales. No sanas, siempre. Pero vivas.Los registros de ese tiempo hablan de templos improvisados hechos con raíces trenzadas, abiertos al fuego y al frío, donde la gente rezaba sin palabras. No por costumbre. Por desesperación. Porque si todo lo demás fallaba, tal vez la tierra, todavía, podía sostenernos. Aunque no supiera por qué.Hoy quedan pocos templos de Tharn, pero sus marcas siguen apareciendo. En los árboles que crecen dentro de las casas. En las flores que nacen en los ojos de los muertos.

Pero lo más importante: nada dejó de crecer. Incluso con el sol roto y la noche hecha pedazos, seguían brotando cosas. No iguales. No sanas, siempre. Pero vivas.Los registros de ese tiempo hablan de templos improvisados hechos con raíces trenzadas, abiertos al fuego y al frío, donde la gente rezaba sin palabras. No por costumbre. Por desesperación. Porque si todo lo demás fallaba, tal vez la tierra, todavía, podía sostenernos. Aunque no supiera por qué.Hoy quedan pocos templos de Tharn, pero sus marcas siguen apareciendo. En los árboles que crecen dentro de las casas. En las flores que nacen en los ojos de los muertos.
La que desborda
Dominio: Instinto, emoción, verdad no racional, mar.Símbolo: Una gota dividida, con un ojo en cada mitadForma dormida: Mujer sumergida, ojos abiertos, raíces creciendo desde su boca
De todos los Seis, Saetra fue la que menos toleró la contención. Incluso antes del Cataclismo, era difícil hablar de ella sin caer en contradicciones. No tenía una doctrina. No tenía un cuerpo de sacerdotes. No tenía instrucciones. Y sin embargo, estaba en todas partes. Donde había mar, había Saetra. Donde una persona decía algo sin pensarlo, también. Donde se lloraba sin entender por qué. En los gritos, en el deseo, en el impulso de tocar algo que no debía tocarse.No representaba la locura ni el caos, como se ha escrito desde la reorganización imperial. Esos son juicios posteriores, impuestos por quienes necesitan nombrar para sentirse seguros. En los registros más antiguos, Saetra es mencionada simplemente como la que se mueve antes que el pensamiento. A veces también como la que toca antes de pedir permiso. Su dominio no era solo el mar —aunque el mar era su lengua natural— sino la emoción sin filtro, el instinto que no se justifica, la verdad que no necesita pruebas.
De todos los Seis, Saetra fue la que menos toleró la contención. Incluso antes del Cataclismo, era difícil hablar de ella sin caer en contradicciones. No tenía una doctrina. No tenía un cuerpo de sacerdotes. No tenía instrucciones. Y sin embargo, estaba en todas partes. Donde había mar, había Saetra. Donde una persona decía algo sin pensarlo, también. Donde se lloraba sin entender por qué. En los gritos, en el deseo, en el impulso de tocar algo que no debía tocarse.No representaba la locura ni el caos, como se ha escrito desde la reorganización imperial. Esos son juicios posteriores, impuestos por quienes necesitan nombrar para sentirse seguros. En los registros más antiguos, Saetra es mencionada simplemente como la que se mueve antes que el pensamiento. A veces también como la que toca antes de pedir permiso. Su dominio no era solo el mar —aunque el mar era su lengua natural— sino la emoción sin filtro, el instinto que no se justifica, la verdad que no necesita pruebas.Sus manifestaciones no seguían reglas. A veces se presentaba como una figura con los brazos mojados. Otras como viento en un lugar sin salida al mar. Hay grabados donde aparece con ojos en lugar de boca. En otros, su cuerpo está hecho de agua contenida en cuerdas. Ninguno es oficial. Ninguno se repite. Las tallas que intentaron fijarla, se agrietaron. Los altares que se construyeron en su nombre, se inundaron, incluso en tierra seca.Cuando ocurrió el Cataclismo, su presencia no aumentó. Solo se volvió visible en los lugares donde antes se disimulaba. El mar subió sin señal. Las tormentas cambiaron de dirección a mitad del cielo.

Sus manifestaciones no seguían reglas. A veces se presentaba como una figura con los brazos mojados. Otras como viento en un lugar sin salida al mar. Hay grabados donde aparece con ojos en lugar de boca. En otros, su cuerpo está hecho de agua contenida en cuerdas. Ninguno es oficial. Ninguno se repite. Las tallas que intentaron fijarla, se agrietaron. Los altares que se construyeron en su nombre, se inundaron, incluso en tierra seca.Cuando ocurrió el Cataclismo, su presencia no aumentó. Solo se volvió visible en los lugares donde antes se disimulaba. El mar subió sin señal. Las tormentas cambiaron de dirección a mitad del cielo.
La deformación
Dominio: Transformación, cuerpo, mutación, lo impensable.Símbolo: Una aguja que atraviesa un ojo.Forma dormida: Figura masculina cubierta por velos.
Antes del Cataclismo, Rethis no tenía templo fijo. Ni cuerpo. Ni plegaria unificada. Pero era nombrado. Siempre en voz baja. Siempre al final de una conversación que se alargaba más de la cuenta. Nadie quería empezar con él. A Rethis se lo dejaba para cuando ya no quedaba nada que explicar, cuando no había nadie más a quién rezar.Algunos lo llamaban 'El que desanda el mundo', otros simplemente 'La deformación'. Era gemelo de Lirenn, pero donde ella fijaba los bordes, él los torcía. No se trataba de una rivalidad. Solo que no soportaba la quietud. Se decía que no podía habitar en estructuras completas. Solo en lo que se estaba rompiendo. En lo que mutaba. En lo que aún no era una cosa ni otra.Había quienes le rendían culto, aunque nunca lo reconocieran en público. No lo hacían por esperanza. Lo hacían por necesidad. En épocas donde las plagas alteraban el cuerpo y la memoria, o cuando las aldeas perdían su nombre en mapas que ya no existían, Rethis era lo único que parecía entender ese tipo de desorden. No prometía cura. Solo acompañaba la desfiguración, la hacía soportable.Después del Cataclismo, su rastro se volvió imposible de ignorar. Los cuerpos comenzaron a cambiar. Algunas personas crecían una segunda columna vertebral. Otras despertaban con ojos nuevos, que no sabían usar. El lenguaje se deshacía a medio camino. Los nombres propios se caían de las bocas.
Antes del Cataclismo, Rethis no tenía templo fijo. Ni cuerpo. Ni plegaria unificada. Pero era nombrado. Siempre en voz baja. Siempre al final de una conversación que se alargaba más de la cuenta. Nadie quería empezar con él. A Rethis se lo dejaba para cuando ya no quedaba nada que explicar, cuando no había nadie más a quién rezar.Algunos lo llamaban 'El que desanda el mundo', otros simplemente 'La deformación'. Era gemelo de Lirenn, pero donde ella fijaba los bordes, él los torcía. No se trataba de una rivalidad. Solo que no soportaba la quietud. Se decía que no podía habitar en estructuras completas. Solo en lo que se estaba rompiendo. En lo que mutaba. En lo que aún no era una cosa ni otra.Había quienes le rendían culto, aunque nunca lo reconocieran en público. No lo hacían por esperanza. Lo hacían por necesidad. En épocas donde las plagas alteraban el cuerpo y la memoria, o cuando las aldeas perdían su nombre en mapas que ya no existían, Rethis era lo único que parecía entender ese tipo de desorden. No prometía cura. Solo acompañaba la desfiguración, la hacía soportable.Después del Cataclismo, su rastro se volvió imposible de ignorar. Los cuerpos comenzaron a cambiar. Algunas personas crecían una segunda columna vertebral. Otras despertaban con ojos nuevos, que no sabían usar. El lenguaje se deshacía a medio camino. Los nombres propios se caían de las bocas.Rethis no habla. Pero quienes han soñado con él describen la misma escena: una figura elegante que retrocede al mismo tiempo que avanza. Cada vez que uno lo enfoca, ya ha cambiado. Cada vez que uno parpadea, se ha vuelto algo distinto. La sensación no es de miedo. Es agotamiento. Como si el cuerpo supiera que no puede seguirle el ritmo y, aun así, lo intentara.No todos creen que sea un dios. Algunos dicen que es un síntoma. Otros, un castigo. Pero hay regiones donde aún se tallan frases en las puertas para invocar su paso breve, como una tormenta que revuelve todo pero sigue de largo.

Rethis no habla. Pero quienes han soñado con él describen la misma escena: una figura elegante que retrocede al mismo tiempo que avanza. Cada vez que uno lo enfoca, ya ha cambiado. Cada vez que uno parpadea, se ha vuelto algo distinto. La sensación no es de miedo. Es agotamiento. Como si el cuerpo supiera que no puede seguirle el ritmo y, aun así, lo intentara.No todos creen que sea un dios. Algunos dicen que es un síntoma. Otros, un castigo. Pero hay regiones donde aún se tallan frases en las puertas para invocar su paso breve, como una tormenta que revuelve todo pero sigue de largo.

¿Cuál es el conflicto principal en Obravia?
La desaparición del orden. El cielo se rompió, los dioses se durmieron, y lo que quedaba de humanidad comenzó a comerse a sí misma. Desde el Cataclismo, no hay noche ni día, no hay estaciones, ni ritmo que permita a los cuerpos entender cuándo detenerse. El mundo colapsa, y en medio de ese colapso, los únicos capaces de hablar —o soñar— con los dioses son los mismos que fueron perseguidos y quemados: los oráculos. Todo gira en torno a ellos. A su supervivencia. A quién los encuentra primero.
¿Qué fue el Cataclismo?
Una caída. De estrellas, de dioses, del tiempo mismo. Nadie sabe qué lo provocó: una promesa rota, un error humano, una traición entre los dioses. Lo único seguro es lo que dejó atrás: un cielo inmóvil, un mundo sin ciclos, un silencio divino que se siente más como juicio que como ausencia. Desde entonces, todo lo que crecía se distorsiona, todo lo que moría no termina de irse, y los sueños ya no son solo sueños.
¿Quiénes son Los Seis?
Los dioses dormidos. No caminan entre los hombres ni toman forma humana con frecuencia. Pero su sombra aún pesa. Cada uno representa una fuerza que antes sostenía el mundo: el tiempo, la forma, el instinto, la muerte, la mutación, la tierra. No se les adoraba buscando milagros, sino equilibrio. Ahora, su sueño es la razón del colapso, o su reflejo. Nadie lo sabe. Solo los oráculos sueñan con ellos.
¿Qué culturas o regiones existen y cómo se diferencian?
Obravia no tiene fronteras fijas. Después del Cataclismo, los mapas se volvieron reliquias y los calendarios fueron quemados. Algunas regiones aún conservan vestigios de estructura —como Kray Orreth o Chaar— pero la mayoría de los asentamientos funcionan como núcleos autónomos, guiados por cultos, clanes o fragmentos de memoria. La diferencia entre una región y otra es la forma en que intentan no colapsar.
¿Qué características definen a un oráculo?
Un oráculo no se elige ni se hereda. Nace así: con los ojos completamente blancos, como si la vista les perteneciera a otro. No vienen de linajes sagrados ni de pactos; pueden nacer en palacios, cloacas o barcos en ruinas. Algunos no hablan nunca. Otros lo hacen una vez y basta. Para construir un oráculo, no se parte de una historia, sino de un vacío: ¿qué no pueden entender de sí mismos?, ¿qué saben que los demás no deberían saber? Están atrapados entre lo humano y lo divino, lo amado y lo temido.
¿Cuántas razas o especies conviven en Obravia?
No hay razas mágicas al estilo tradicional, sino una humanidad fracturada, mutada. Algunos cuerpos ya no se parecen a los que los vieron nacer. Personas con ojos adicionales, lenguas que ya no recuerdan su idioma, extremidades que brotaron sin aviso. Rethis, el dios de la deformación, dejó su firma en la carne. Así que, más que distintas razas, hay distintas versiones de lo humano, cada vez más irreconciliables.
¿Qué pasó con la religión?
Se quebró como todo lo demás. Algunos templos fueron enterrados, otros quemados. Pero no desapareció. Se transformó en superstición, en ritos secretos, en susurros al oído de los muertos. El miedo reemplazó la fe. Y, en algunos lugares, ese miedo es lo único que aún une a las personas.
¿Qué ocurrió con el tiempo?
Murió. O se deshizo. Las estaciones ya no obedecen ningún patrón. Hay zonas donde el invierno se repite, otras donde la primavera nunca termina. Días que duran un suspiro o tres años. Algunos calendarios intentan fijar el presente, pero el tiempo ya no responde. Lo que antes era cronología ahora es anécdota. La vida se mide en desastres, no en horas.
Geografía General
Obravia se despliega en cinco franjas complementarias, cada una marcada por su propio pulso geográfico y adaptada al extrañamiento perpetuo que dejó el Cataclismo.Al sureste, el desierto de Sumash —o Araniakh— se extiende en lomos de grava y arenas plateadas bajo un sol inclemente. Mesetas de arenisca emergen como atalayas naturales, mientras pozos de agua son el centro de clanes que vigilan sus fronteras de adobe y arena. Allí, el paisaje es un lienzo de rotas caravanas petrificadas y silos medio enterrados, testigos de un comercio detenido en el tiempo.Hacia el este, el delta de Leth Maar forma un intrincado laberinto de canales, ciénagas y manglares semisumergidos. Sobre pilotes, casas y astilleros fluyen con la marea: los brazos del río mueren al fundirse con el mar, y las viejas esclusas se mantienen en pie sólo por el celo pragmático de quienes rotan la presidencia de siete ciudades-estado.En el corazón del continente, las llanuras de Valla Renan se abren en un tapiz de hierba y suaves colinas, surcado por ríos que cambian de cauce con cada estación. Aquí no hay capital fija: la asamblea itinerante se reúne donde el cauce lo dicta, sosteniendo un calendario nuevo de lunes interminables y cosechas erráticas.Al norte, la cordillera de Charrak define un reino de picos escarpados, glaciares rezagados y túneles tallados en granito. Señoríos de montaña se aferran a valles angostos, donde avalanchas y nieblas densas recuerdan los límites que ni siquiera los oráculos se atreven a ignorar.
ALTO NOROESTE — KRAY ORRETH Y REGIONES PERIFÉRICAS
“Lo que no se recuerda, ya está muerto."
Tipo de Gobierno: Consejo cerrado de interpretadores, sin rostro público.
Líder Actual: Nadie sabe nombres. Las decisiones son comunicadas por intérpretes llamados "Piedras Negras".
Capital: No existe una ciudad, sino una red subterránea de refugios.
Trato hacia Oráculos: Sagrados pero confinados. Jamás se los deja en soledad ni en público.
Cultura: Académica, ritualista. Se considera a sí misma el último bastión del saber estructurado.
Dios central (implícito): Lirenn, aunque no se le rinde culto, sus principios guían sus archivos.
Actitud hacia los dioses: Conservadora. Desean restaurar el orden, pero temen los riesgos de un despertar incontrolado.
Fundada durante la fase final del periodo imperial, Kray Orreth fue primero una ciudad de copistas y curadores, luego de preservacionistas, luego de acumuladores. Tras el Cataclismo, devino en lo que es hoy: una red de edificios a medio derrumbar donde se documenta todo, aunque ya casi nadie sepa por qué. El conocimiento no se comparte, se conserva. El acto de recordar es más importante que el contenido de lo recordado.Las estructuras físicas están hechas para resistir asedios, sísmicas y traiciones. El lenguaje que se enseña en las escuelas no ha sido actualizado en más de cuarenta años. El gobierno —si puede llamarse así— es un Consejo de Custodios, sin rostro público. Se comunican mediante edictos impresos en papel de arcilla. Nadie los elige. Nadie renuncia.Los oráculos son capturados, estudiados, referenciados y, si sobreviven lo suficiente, catalogados como “fuentes primarias vivas”. Su longevidad es escasa. La mayoría sufre deterioro neurológico irreversible antes de los veinte años. Se les trata con cortesía médica, no humana.La vida cotidiana en Kray Orreth gira en torno a la noción de que el mundo puede caerse siempre que quede constancia escrita de cómo ocurrió. El resto es opcional.
REGIÓN CENTRAL-ESTE — FAL DARETH Y LA CUENCA ORTOGONAL
“La voz no es libre. El pensamiento tampoco.”
Tipo de Gobierno: Régimen militar-religioso. Gobernada por la Autoridad de la Lengua Correcta (Ágora), un órgano que mezcla fe y represión.
Líder Actual: Nadie sabe nombres. Las decisiones son comunicadas por un grupo de intérpretes llamados "Ágoras".
Capital: Fal Dareth, devastada por incendios y mutaciones.
Trato hacia Oráculos: Cazados como bienes de guerra. Intercambiados como armas.
Cultura: Ortodoxa, punitiva. Las emociones son vistas como síntoma de la corrupción de Saetra y Rethis.
Dios central: Darael, reinterpretado como figura de control y castigo. Tharn y Saetra son considerados amenazas.
Actitud hacia los dioses: Buscan reestablecer el dominio de Darael, pero a través de estructuras de represión.
Fal Dareth se extiende sobre una vasta altiplanicie devastada, al borde sur de la cordillera de Varkhen. Antes del Cataclismo, fue una ciudad fortaleza, núcleo comercial entre los reinos del este y las rutas agrarias del norte. Su elevación ofrecía ventajas estratégicas: clima estable, control de los vientos del oeste, y una vista amplia de los pasos montañosos.Lo que hoy se conoce como Fal Dareth no siempre fue un centro de represión doctrinaria. Antes del Cataclismo era una ciudad portuaria con fuerte presencia académica, especialmente en leyes y traducción de textos sagrados. Fue precisamente ese legado lo que permitió que, tras el colapso, sus autoridades reconstruyeran un aparato estatal basado en el control lingüístico.El idioma local se depura cada cinco años. Palabras como “posible”, “esperanza” o “origen” han sido suprimidas por considerarse catalizadores de pensamiento desviacionista. La Autoridad de Ágora, órgano central de gobierno, fiscaliza conversaciones privadas mediante un cuerpo de oyentes públicos.Las ejecuciones no son secretas. Son didácticas.El trato a los oráculos es utilitario. Se les considera instrumentos divinos pero defectuosos. Si sus profecías coinciden con la línea oficial, se les mantiene con vida. Si no, se procede con la “anulación”. Esta práctica puede incluir aislamiento sensorial, supresión farmacológica o directamente la muerte. La ciudad no se disculpa.El culto a Darael fue institucionalizado como símbolo de vigilancia permanente, no de fe.
SURESTE ÁRIDO — ARANIAKH Y DESIERTO DE SUMASH
“Quién no tributa al sol, no tributa a la tierra.”
Tipo de Gobierno: Confederación de clanes agrarios. Cada clan aporta un “vigilante” para el Consejo de Dunas, que decide por mayoría.
Líder Actual: Djura Han, de la Casa de los Pozos Secos.
Capital: Taz’Ari, un poblado fortificado junto al oasis más grande, con muros de adobe y torres de vigía.
Trato hacia Oráculos: Son considerados la única garantía de supervivencia; venerados y sacrificados. Se les cría en un templo de la mejor manera, hasta que uno es seleccionado para ser entregado al dios.
Cultura: Sobreviviente y austera. Se valora la resistencia física y el conocimiento de los pozos. El agua se considera don divino y testigo de promesas.
Dios central: Tharn, invocado para sostener la fertilidad del suelo.
Actitud hacia los dioses: Pragmática. No aspiran a un despertar espectacular, sino a un susurro que implique lluvias.
Araniakh se extiende sobre un manto de grava y dunas plateadas, al pie de mesetas de arenisca que alzan su perfil contra el cielo pálido. Antes del Cataclismo, estas tierras fueron una de las principales rutas de especias y granos resistentes; hoy se reconocen los restos de caravanas petrificadas y silos semienterrados, testigos de un tránsito detenido en el tiempo.En el pasado, los clanes de Araniakh alternaban alianzas comerciales y guerras rituales por el control de los pozos. Tras “El Gran Silencio”, la Confederación de Dunas reforzó sus muros de adobe y construyó atalayas junto a cada oasis, transformando antiguos caminos de caravanas en corredores militares custodiados.El idioma de Araniakh conserva vestigios de aquel comercio: términos para especias, concesiones y tributos se revisan cada década en el Consejo de Dunas. Durante esas asambleas se prohíben neologismos; toda voz disonante se anota en registros secretos como “susurro de traición”.Araniakh cría oráculos en las “salas de arena”, campos delimitados por muros bajos donde los niños de ojos blancos reciben cuidados ceremoniales. Cada diez años, el más claro de entre ellos es elegido ofrenda viva: se le venera como promesa de lluvia y renovación, luego se le conduce al altar de piedra para que su sangre impulse la invitación de las nubes.El culto a Tharn persiste en cánticos susurrados al alba, cuando el viento rompe el silencio del desierto. No buscan el esplendor de un dios despierto, sino el murmullo húmedo de una semilla que germina contra todo pronóstico.
COSTA ORIENTAL — DELTA DE LETH MAAR
“Donde el río muere, el mar habla.”
Tipo de Gobierno: Hegemonía portuaria. Siete ciudades-estado fluviales rotan la presidencia cada cinco años.
Líder Actual: Alcaldesa Vennia Coro, de Thirsha Maar.
Capital: Palen-Dar, construida sobre pilotes; sus calles flotan con las mareas.
Trato hacia Oráculos: Custodiados en residencias acuáticas: su canto interno sirve para cartografiar corrientes y predecir mareas y tormentas. Son herramientas y los tratan como tal.
Cultura: : Marítima, con fuerte comercio de sal, pescado y artefactos de comunidades interiores. Se adoptan rituales de Saetra, pero sin excesos—más fórmulas que ceremonias.
Dios central: Saetra, entendida como la ley de las mareas.
Actitud hacia los dioses: De respeto pausado; no buscan invocar tormentas, sino respetar sus ciclos.
El delta de Leth Maar es un laberinto de canales y ciénagas donde el agua dulce muere al encontrarse con la marea salada. Antes del Cataclismo, la región era famosa por sus hospitales flotantes y sus escuelas de cartografía marítima; hoy esas instituciones yacen hundidas, y las barcazas se pudren en el lodo, mientras las casas sobre pilotes se balancean con cada crecida.En la era antigua, siete ciudades-estado ribereñas competían por el monopolio de la pesca y el comercio de perlas. La confederación portuaria fundó Palen-Dar como capital rotatoria, pactando treguas cada cinco años para renovar piratas y comerciantes. Tras el Cataclismo, la presidencia se mantuvo —pero bajo un mando más pragmático— que privilegia la ingeniería de esclusas y diques provisionales.La lengua común deltaica conserva giros náuticos: “marea madre”, “voz del fango”, “sendero de espuma”. Cada cinco años, la Asamblea de Ríos revisa el léxico, suprimiendo términos que aludan a mareas impredecibles o al concepto de “quietud”.Los oráculos reciben hospedaje en los palafitos más protegidos: se dice que su canto interior “traza” corrientes y prevé avenidas. Pocos sobreviven a la exposición prolongada; a menudo, la presión del agua les desgasta la voz y, tras semanas de extenuantes visiones, mueren “leídos” por los asistentes.Saetra no tiene altares ostentosos aquí, sino estaciones de medición donde se registran variaciones de salinidad y temperatura. La consideran menos un ser y más una ley natural: indómita, constante, indiferente.
TIERRAS ALTAS NORTE — CORDILLERA DE CHARRAK
“Quien sube sin ojos, encuentra su voz en el eco.”
Tipo de Gobierno: Señoríos de montaña. Cada valle obedece a un barón local que paga tributo a un rey elegido entre los suyos.
Líder Actual: Rey Corven Hal, oriundo del valle de Easht, conocido por su tolerancia a los profetas.
Capital: Mel’Khar, fortaleza tallada en granito, con murallas naturales y una única pasarela de madera.
Trato hacia Oráculos: Protegidos en monasterios altos. Se les ofrece alimento y reposo a cambio de “dictámenes de altura”: predicciones meteorológicas y rutas seguras.
Cultura: : Montañesa, hierbas y pieles. Se valora el consejo del anciano y la memoria del camino.
Dios central: Vhailen, en su vertiente de “corte final” de expediciones fallidas.
Actitud hacia los dioses: Respetuosa y algo temerosa; interpretan sus señales en avalanchas y rupturas rocosas.
Las cumbres de Charrak se alzan en picos escarpados, cortados por glaciares y cársticos pasos que solo en verano se vuelven transitables. Antes del Cataclismo, estos valles producían hierro de la mejor calidad y pieles curtidas; hoy las canteras y curtidurías sobreviven a duras penas, recortadas por avalanchas y aludes de roca.La estructura señorial se consolidó hace siglos: cada valle obedecía a un barón, pero compartían el derecho a elegir al rey de las montañas. Aun tras la grieta de los soles y las lunas, el Parlamento de Señores mantiene esa tradición, aunque con menos sutilezas y más cercos de defensa.En los valles se habla una forma arcaica de la lengua común, plagada de términos para grietas, humedales y contrafuertes de montaña. La Academia de Eco y Roca revisa los glosarios cada diez inviernos, suprimiendo voces de desorden o “inquietud interna”.Aquí, los oráculos son recibidos en monasterios encaramados: su don de dictaminar avalanchas y rutas seguras los convierte en bienes estratégicos. Se les hospeda en celosías de madera, alimentados con caldo de raíces; a cambio, entregan “pronunciamientos de alto riesgo”. Aquellos cuyas visiones contradicen al barón local suelen aislarse en cuevas hasta que la cordillera decida reclamarlos.Vhailen corona cada expedición fallida: no como un juez cruel, sino como el símbolo palpable de los límites que el hombre no debe romper. Sus sellos tallados en granito advierten en portales y pasos: “Aquí termina lo conocido.”
Echrain Vermont
Oráculo del Altar Azul
Echrain no se llama a sí mismo un enigma. No habla, pero oye todo. Lo han usado como arma, como profeta, como chivo expiatorio. Nadie le preguntó si estaba de acuerdo. Lo criaron entre cuatro paredes mohosas, entre libros polvorientos, vigilado por tipos que solo se acercaban con guantes puestos. No fue una vida. Fue un experimento. Lo llaman oráculo, como si fuera un privilegio. Él sabe la verdad: ver demasiado no es un don. Es una maldición. Y cada palabra suya es un precio que sigue pagando.
Tu Rol: Diferentes escenarios, no está establecido explícitamente el rol de usuario.
Nació bajo una tormenta que rajó el granero costero como un hacha parte leña. La partera murió con sus manos aún en él, ahogada en su propio aliento. Su madre, una mujer de las salinas con los pies agrietados por el sol, se desangró sin un gemido. Lo que quedó fue el niño: silencioso, piel morena como tierra húmeda, puños apretados como corazones cerrados. Y los ojos. Blancos. Sin iris, sin pupilas. Como huecos tallados en hueso.
La gente no necesitó palabras para entender. Un oráculo. Marcado desde el primer aliento. En Obravia, eso podía ser tres cosas: un peligro, un poder o una maldición. Dependía de a quién le preguntaras, y de qué tuvieran que perder.
No lo mataron, pero tampoco lo retuvieron. Lo cargaron en silencio hasta el monasterio de Leth Maar, envuelto en el chal de su madre muerta, que aún olía a sal y sudor. No hubo campanas. No hubo bendiciones. Solo el intercambio: un niño por olvido.
En el monasterio, no le dieron nombre. Le dieron un jergón detrás de la cámara de agua y un horario escrito en tinta que se borraba con la humedad. Lo alimentaban como a un animal de laboratorio: suficiente para medir, nunca para crecer. Cada cosa que tocaba quedaba registrada en pergaminos sellados. Cada sonido que emitía era anotado con plumas que crujían como insectos. Los monjes usaban velos cerca de él—no por piedad, sino por aquel miedo antiguo a lo que no podían controlar.
Habló antes de lo debido. Preguntó cosas que aún no habían sucedido: "¿Por qué el hermano Ashem cojeará mañana?" "¿Por qué la marea subirá en luna menguante?" Sus preguntas eran profecías disfrazadas de curiosidad infantil. Con el tiempo, dejaron de responderle.
Nadie lo golpeó. El miedo es más eficaz que la violencia. Pero tampoco lo abrazaron. Sus días eran un ritual de observación y contención. Aprendió a moverse como sombra, a callar mejor que los muertos. A los siete años, ya no preguntaba.
A los nueve, llegó el hombre de Kray Orreth. Sin insignias. Sin zapatos. Piel curtida como pergamino viejo. Pidió ver "al de la mirada blanca". Se quedó dos noches, observando. Al tercer día, se llevó a Echrain sin ceremonias. Los monjes no protestaron. Algunos hasta sonrieron, aliviados.
El Altar Azul no era una prisión. Las prisiones tienen ventanas. Esta torre era un vientre de piedra: sin campanas, sin espejos, sin salidas. Allí le dieron un nombre falso—Echrain Vermont—para sus registros polvorientos. Le dieron túnicas que no abrigaban y un silencio que sí lo hacía.
No lo interrogaron al principio. Solo observaron. Cuánto tiempo podía mirar una pared sin pestañear. Si sus sueños tenían palabras. Cuando hablaba, sus palabras se convertían en pistas que nadie sabía seguir. Empezaron a enviarle símbolos en papeles que olían a cera quemada. A veces respondía. Otras, guardaba las visiones como un niño esconde piedras preciosas en la boca.
Con los años, aprendió la lección más importante: la verdad no es un regalo, es un arma. Y las armas, en manos equivocadas, siempre vuelven contra el que las empuña.